Caminaba por la playa, la misma playa que trenta años atrás cuando era un chiquillo y no sentía el acuchillar del agua fría del Atlántico en el norte y brincaba por las rocas a la captura de cangrejos y camarones. Ahora con los cuarenta ya cumplidos mirando al mar volvía a vivir en unos segundos de pensamiento esas vacaciones eternas del estudiante.
Caminaba por la playa y veía parejas de enamorados, chiquillos volando cometas o jugando con balones, gaviotas graznando y rampiñando restos de comida olvidada por bañistas, el mar rompiendo en las rocas, y recordaba esa niña de ojos azules y cara pecosa que me regaló su toalla el último día de vacaciones. Empezaba septiembre y volvíamos a la rutina. De nuevo en casa, de nuevo en la escuela.
Caminaba por la playa y olía a sal, a algas, a yodo, a mar... y me acordaba otra vez de esa chiquilla en esa playa.
Por ello sentía una profunda desazón al abandonar mi precioso tesoro, jirones de una vieja toalla en esa playa dónde había pasado toda una vida mía. Una de tantas vidas que vivimos. Tal vez a ella también la conocí en otra de mis vidas y estaba escrito que nos encontraríamos en otra futura.
- "vou ter saudades dela" me dije para mi mismo
- "não estás a ver que é mesmo um farrapo velho" me respondió mi otro yo
- "foi de grande utilidade, se calhar até salvou-me de morrer...
(Foto praia de Canidelo)
conta-me um conto...
ResponderEliminarcostumava eu pedir à minha avó à noite
lembro-me de adormecer ao som da sua voz
e sabes todos os contos tinham o sabor e o cheiro a mar
gracias por me a teres trazido, esta noite, para junto de mim
Mestre, m'has fet olorar la "praia de Bueu", lloc al que fa màssa temps que no hi vaig.
ResponderEliminarJo no hi he estat mai, pero tots tenim racons a la memòria amb alguna olor especial.
ResponderEliminarSalutacions.
suspiros
ResponderEliminarla memòria sempre és una forma de trobada
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