miércoles, 5 de noviembre de 2014

A travel to the edge of the World. (El lechón viajero ataca de nuevo II)

Con eljet-lack de Monterrey y tras trabajar tres días en Barcelona, al tercer día revoló... El lechón con las maletas a punto surca de nuevo el Atlántico. Salgo de casa con tiempo, voy de tren hasta la ciudad y allí tomo el bus hacía el aeropuerto. Llego puntual pero el vuelo de enlace hacia Madrid para tomar el definitivo hacia Santiago se retrasa una y otra vez. Malos augurios. La última vez que viajé a Santiago de Chile ocurrió lo mismo. Atraso tras atraso hasta perder la conexión, Estrategia rastrera para evitar over-booking. Pero en esta ocasión no fue así, Simplemente atrasos y más atrasos. Llego a Madrid con 1 hora para tomar el enlace. No es mucho tiempo. 25 minutos para cambiar de terminal. Llegada a la terminal 2 y pasar el control de frontera. Me toca el único policía en huelga de celo y revisa el pasaporte una y otra vez. En la fila de al lado han pasado ya siete personas y yo sigo esperando a que me devuelva el pasaporte para poder entrar. Cuando lo obtengo faltan 15 minutos para el embarque. Correr hasta alcanzar la puerta y llego justo a tiempo. Por los pelos que diríamos (y en mi caso esta afirmación tiene mucho peso).

Tras las tribulaciones iniciales, tomo asiento y con desagrado compruebo como de descortés y maleducada puede llegar a ser la gente. Detrás mío se sienta un señor de traje de marca, corbata de seda  y pañuelo en el bolsillo grosero y de malos modos. Dios ayúdame que son más de trece horas de vuelo. Por suerte me duermo pronto y despierto a menos de 4 horas de llegar. Desayuno, relleno impresos de entrada y reviso el trabajo. Aterrizamos, controles aduaneros (declaro llevar cacahuetes, no es broma, te puede caer una multa desde 180 a 18.000 dólares americanos por entrar con productos vegetales en  Chile). Los aduaneros analizan las bolsas de cacahuetes y finalmente concuerdan que no són un peligro para la agricultura chilena y me las dejan introducir en el país. Me queda aún siete horas de espera para el próximo vuelo desde Santiago a Punta Arenas el destino final. Aprovecho para satisfacer un antojo largamente esperado. En la anterior ocasión que estuve por trabajo en Chile fui con un grupo de amigos, a la llegada nos esperaban dos chilenos, uno se hizo cargo de medio grupo y el otro del otro medio. Unos se fueron al mercado central a comer marisco y los otros  - yo entre ellos- a casa del otro a tomar té con pastas! Largamente esperado el momento al aterrizar pedí para ir al mercado a comer erizo. Y vaya si comí un plato de sopa lleno de huevas de erizo!
El tiempo vuela y mi avión también. Rápido al aeropuerto, nuevo enlace y rumbo a Punta Arenas.
Por los cristales del avión veo volcanes,  montañas, campos de hielo, glaciares... La naturaleza salvaje y agreste. Bello.



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